viernes, 13 de marzo de 2009

Viaje al centro del cosmos

Sábado a la noche, kilómetro 57 del acceso Oeste de la provincia de Buenos Aires. Un Cristo en lo alto iluminado revela el camino a seguir para llegar al destino final. No hay un boliche, no hay un bar. Hay una quinta donde cada luna llena se organiza una fiesta psicodélica al aire libre, más conocida como psy outdoor.
La neblina y los sonidos extraños del prado sugieren estar en otro mundo. Pero luego de un largo tramo por camino de tierra, a lo lejos, se ven las luces que indican que la celebración está por empezar.
En la entrada, algunas personas saludan amablemente y dan la bienvenida a los recién llegados. Otras ya están en la pista de baile con el dj de turno. Todo es nuevo, mágico y un poco irreal. La sorpresa de estar ahí se refleja en gestos y expresiones pero el objetivo de la noche es claro: llegar al fondo de la cultura, la vibra y la música psychedelic-trance.
“Tratamos de realizar estas celebraciones en centros de energía o chakras, como bosques, playas o ruinas. Estos campos de energía no están presentes en las fiestas hechas en discotecas de la ciudad, por eso los espacios al aire libre son los más indicados para las fiestas trance”, cuenta una mujer de aproximadamente 40 años, evidentemente hippie desde la medula hasta su larga, abundante y ondulada cabellera.
A medida que la noche avanza, el ritmo atrapa a los presentes y de a poco el lugar invita a conocerlo: hay árboles, fogatas dispersadas, perros deambulando. Un poco alejadas, una docena de carpas junto a una pileta y puestos de comidas naturales.
Las banderas colgadas por el predio con Budas, playas, atardeceres pintados con colores chillones y fosforescentes tienen su razón en que estas celebraciones se iniciaron en las arenas de Goa, un estado de la India, a principios de 1970. Las free parties, como eran conocidas, reunían a los hippies de todas partes del mundo. Allí se escuchaba desde Pink Floyd hasta Janis Joplin. Iniciados los 90, los participantes de las free parties se encontraron con la música ácida europea. Al fusionarse los estilos nació un género propio y el primero en incursionar fue Goa Gil, considerado como el padre del Goa Trance.
“En las fiestas trance la decoración es muy importante. Alude a deidades totémicas, egipcias, hindúes, budistas y cósmicas. Esta celebración es más que una fiesta para bailar, es una travesía por distintos estados mentales, donde el movimiento, la vibración y los colores funcionan como estimulantes”, explica Mariano, uno de los organizadores del evento.

La naturaleza, la música y la decoración se unen con un solo propósito: alcanzar un estado mental. Claro que en algunos, esto se da por la consumición del ácido lisérgico (LSD) más conocido por los viajeros como pepa. “Esta es una droga alucinógena que permite encontrar algo maravilloso en lo más simple, porque se perciben más cosas, más tonalidades, más formas”, explica un chico de unos 20 años mientras saca el pequeño cartón de su bolsillo. “Como no se puede estar todo el día de pepa, existen también la meditación, relajación y el yoga”, concluye.
Como dijo William Blake en su obra Las bodas del cielo y el infierno publicada en 1793: “Si las puertas de la percepción se abrieran, todo aparecería a los hombres como realmente es: infinito. Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta ver todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna”.
La fiesta continúa y está más animada que nunca. Las luces negras cumplen a la perfección su objetivo de hacer mística la velada y hasta el Buda en la bandera parece satisfecho con el festejo. La noche es clara y las estrellas brillan. La luna es un elemento fundamental porque no sólo ilumina, sino que se cree que protege a los presentes.
Alrededor de las 5 de la mañana la música comienza a cambiar. Sutilmente pero con la percepción a flor de piel, es notable. “Esto es el morning psychedelic-trance”, explica la hippie que aparece entre las sombras. “Como está por comenzar a salir el sol, la gente ya se encuentra en otro nivel de experimentación cósmica. Esta música es más luminosa y acompaña al estado”, relata.
El cambio se ve en el ambiente. Las sensaciones cambian. Hay menos gente bailando. Ahora la mayoría hizo una especie de retiro espiritual y se junta en los fogones o en las carpas. Solo los más resistentes siguen en pie al ritmo de los sonidos sintetizados de instrumentos como tambores, citaras y gongs.
Para algunos, la travesía está por concluir. Para otros, seguirá hasta el mediodía. A lo lejos, en el horizonte, los rayos de sol salen asombrosamente perfectos y encandilan los ojos acostumbrados a la oscuridad. Me acerco a la hippie para saludarla y de paso agradecerle por su ayuda. Y como un maestro enseña a un alumno dice: “Para organizar una fiesta así, lo más importante es la armonía entre las personas que la realizan para así transmitir esa energía a los invitados. De esta manera se puede llegar a estados elevados de conciencia colectiva, para que la fiesta sea en sí un ser vivo e inteligente que se complete con la naturaleza y el cosmos”. Definitivamente, efecto logrado.

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